Saber por qué saber
¿Cuál es el fin último del saber?
¿Qué sentido tendría interrumpir nuestra metódica rutina con el fin de desentrañar los arcanos del mundo? La aventura que les ofrezco está al alcance de todos, mas sólo unos pocos se atreven a embarcarse en ella.
Cada día que pasa, nos acercamos a un futuro distópico donde la mediocridad es la norma y el placer por el saber queda relegado a un grupo de inútiles. Y es que desde jóvenes somos educados en centros mediocres por docentes generalmente mediocres, bajo el yugo de una ley educativa más que mediocre, con medios mediocres con el fin de alcanzar la mediocridad.

La mediocridad es ignorar, segregar el saber de acuerdo a una conveniencia inexistente. Encerrar en cárceles de juventud cautiva a todo niño es el mayor crimen jamás cometido. Pisotear la ilusión y pensamiento crítico de un niño, someterlos indistintamente a un único método y hacer de este macabro trayecto un condicionante vitalicio del desempeño del alumno es cuando menos tétrico. Una escuela es un centro de constante competición, lobotomización, mecanización y una indirecta maquinaria de propaganda contra el verdadero saber.
Suprimir ciertas ramas del conocimiento mediante la segregación de alumnos en “ciencias” o “letras” a una edad a la que siquiera estos están seguros de qué estudiar es una forma de ensanchar esta brecha entre el falso conocimiento que se nos quiere imponer desde el sistema capitalista y el verdadero saber. De hecho, no ser capaces de brindar un abanico más amplio y mejor impartido de temas es lo que hace que los alumnos acepten con total literalidad elegir entre ciencias o letras.
Resulta desesperante el analfabetismo recíproco entre ambos “bandos” y como nuestro sistema económico alimenta este pensamiento y nos acerca día a día a este futuro distópico donde el peso de la mediocridad aplasta brutalmente el anhelo por el saber.

No merece razón, tampoco finalidad, el saber debe alejarse de las garras del utilitarismo, no debe privatizarse ni ser sujeto de obscuras discusiones políticas, se le debe dejar rienda suelta para expandirse, debemos perforar las mascarillas educativas que impiden que esta nos contagie, no mediante el abandono sino
mediante el cambio. La lucha contra las mentiras de la religión, decía Lucrecio, quizá el casus belli no es el mismo, pero la contienda sigue en marcha.
Les advierto para que no cometan la ordinariez de siquiera plantearse su finalidad. El saber es un conjunto de lentes con el que mirar la naturaleza y el mundo a través de su historia. En armoniosa conjunción, las ramas del conocimiento se unen para el fin común de observar la naturaleza en todo su esplendor.
belleza de una flor no reside sólo en su combustible poético, ni en su seducción a ser plasmada en un lienzo, los intrincados procesos biológicos, químicos y físicos presentes en esta albergan una belleza intrínseca que sólo mediante el uso de las adecuadas lentes puede ser apreciada y en conjunción con la visión poética y artística de esta crear una imagen aún más bella de la flor. En mi opinión, la componente científica de las cosas es la que les otorga la emoción a su observación.
La belleza y la literatura se pueden abrir paso entre las observaciones científicas. El apasionante relato épico sobre el comportamiento de los intérpretes del mundo subatómico o la tendida danza entre los planetas y sus estrellas, los milenarios vínculos entre partículas o la persistencia de esos aparentemente minúsculos puntos brillantes en el cielo pueden ser sujeto de majestuosas obras poéticas.
Cada rama es insustituible, y la belleza de un poema de Lorca, la expresividad de un paisaje de Monet o lo penetrante de una ópera de Puccini son únicas, al igual que lo es la metafórica ascensión al trono divino cuando uno es capaz de predecir mediante leyes causales el comportamiento de la naturaleza.
En conclusión, todas las ramas del saber otorgan una pincelada más de belleza a nuestra visión del mundo, son lentes que nos muestran bellas flores en un paisaje que con las gafas de la educación actual vemos yermo.
Autor, David Mesa Pérez, 1º Bachillerato – A