Elegía a Paco
Tanto dolor se agrupa en mi costado, que por doler me duele hasta el aliento
Miguel Hernández, en su Elegía a Ramón Sijé
Todos, sin excepción, nos hemos encontrado alguna vez en la vida con situaciones como las que narraba Miguel Hernández en su Elegía a Ramón Sijé; la muerte de un padre, un amigo, un compañero, un primo, un tío, un abuelo, un hijo. En este caso, a todos nos atañe la partida de nuestro profesor, amigo y compañero Paco. La muerte siempre es terrible, pero se cubre con una oscura pátina de tragedia desmedida cuando llega pronto y de manera repentina. Paco ya no está con nosotros, pero antes de marcharse ha sembrado, durante años, el cariño de alumnos, profesores e incluso padres, que atentos a los numerosos comentarios de sus hijos acerca de este formidable docente, han llegado a entablar una relación de distante aprecio por él. Porque el aprecio, el cariño hacia Paco, trascendía las barreras de lo material, lo corpóreo. No hacía falta conocerlo en persona para saber que se trataba de un individuo excepcional, amable, bueno como pocos hay en el mundo. La simpatía hacia él se podía despertar en cualquiera que escuchara una anécdota acerca de sus clases. Imagínese, pues, lo que sentimos su marcha aquellos que lo conocimos entre pupitres, pizarras, tizas y borradores, entre ecuaciones, elementos químicos y trayectorias.
Paco, llegados a cierto punto, fue más amigo que profesor. Su manera de dar clase, tradicional pero a su vez poco convencional, encandilaba a cualquiera con el privilegio de escucharle. Paco ha partido, y duele decirlo, recordarlo, pensarlo, incluso imaginarlo. Pero lo ha hecho haciendo, hasta casi el último momento, lo que más le gustaba; dar clase. Paco, al contrario que otros profesores, imbuía en sus alumnos el deseo de aprender, de saber más, de descubrir, de desentrañar las maravillas del universo. Paco era la llama de la curiosidad y la sabiduría. Paco era un sabio, un maestro, un séneca. Paco era la Minerva de nuestro centro. Con Paco, la física rompía su convencional estatus de asignatura dura y compleja para transformarse en una delicia al alcance de la mano de cualquiera con oídos y un mínimo de disposición. Ahora Paco, pese a que asimilarlo sea duro, ha partido para reunirse con aquello que, con pasión, ha transmitido durante años a sus alumnos. Paco baila hoy, ante nuestro torrente lacrimoso, con los átomos de las nebulosas cuya estructura explicaba fascinado ante las atónitas miradas de sus fieles discípulos. Paco se mueve, se difumina, viaja ahora por el cosmos, mientras a todos nos falta el aire, cual fotón perdido por la inmensidad del espacio. Paco forma ahora parte, no ya de la Tierra, sino del propio universo. Cada vez que miremos el cielo en una noche de verano estaremos observando, firmes y fascinados, la esencia del maestro que un día fue. Y será ahí, en plena comunicación con el cosmos, cuando podamos despedirnos de él como merece. Adiós, amigo. Adiós, profesor. Adiós, compañero. Adiós, Paco. Descansa en paz, ahora que puedes, en un eterno vals cósmico.
Miguel Palma Molina
4/3/2022