“Carpe diem, vita flumen, tempus fugit”
Cuando en clase llega la hora de estudiar las obras principales del siglo XV, solemos encontrarnos en más de una ocasión con una lista de tópicos latinos recurrentes y comunes a gran parte de los autores que forman parte del canon literario de esta época. En el caso de la Educación Secundaria Obligatoria española, dichos tópicos suelen estudiarse mediante la lectura de ciertos poemas de la obra elegíaca del poeta Jorge Manrique, “Coplas por la muerte de su padre”, y suelen hacer referencia, entre otros, al carácter fugaz de la vida o a la necesidad de disfrutar nuestros días en el mundo terrenal.
Son precisamente estos mensajes que nos dan los clásicos del entorno temporal renacentista y prerrenacentista los que progresivamente, con el advenimiento de la realidad en la que nos hallamos inmersos, hemos ido olvidando y debemos tratar de asimilar de nuevo en nuestra cotidianidad. Usualmente, dado el carácter eminentemente efectista de nuestros tiempos, en los que se ha enquistado en nuestro entendimiento una suerte de teleología fundamentada en la productividad individualista, solemos centrar el desarrollo de nuestro día a día en realizar determinadas actividades que en algún punto del futuro tendrán – o esperamos que tengan – ciertas consecuencias beneficiosas en lo que a lo laboral, económico o académico se refiere. Esto no sería un problema si no fuera por el hecho de que, en aras de estas gratificantes y personalísimas actividades, hemos ido poco a poco olvidando la imperiosa necesidad de disfrutar las relaciones humanas que de una manera u otra determinan nuestra vida. Pasamos las semanas y los meses realizando actividades que nos alejan del disfrute de nuestros amigos o familiares, y en no pocas ocasiones excusamos nuestras ausencias con un “ya se hará cuando acabe, seguro que habrá tiempo más adelante”, demostrando así un olvido de los ya mencionados centenarios tópicos renacentistas.
Porque no siempre hay un más adelante en el que disfrutar con quienes nos rodean. La miseria de la muerte acecha a todos los que tenemos la gran suerte de estar vivos, y su fulminante ataque no siempre espera hasta edades provectas. Ese “más adelante”, si se prolonga demasiado en el tiempo, tiene la potencial capacidad de convertirse de repente y sin previo aviso en un tétrico “nunca más”. El adiós puede llegar en cualquier momento, incluso cuando el vitalismo aparente infinitud. Y si efectivamente la muerte se produce en un momento de esta naturaleza, se genera en nosotros una sensación de frustración y un profundo sentimiento de arrepentimiento provocado por el hecho de no haber podido disfrutar al máximo de quien parecía imperecedero, casi eviterno, cuando se tuvo la oportunidad.
El tiempo, por extraño que nos resulte, no nos pertenece, y es por esto mismo que no podemos permitirnos el lujo de actuar como si así fuera, posponiendo el placer y la felicidad a momentos indeterminados, eliminando y olvidando sistemáticamente de nuestras vidas el carpe diem renacentista. Asimismo, la concepción de la vida que se observa en el tópico del vita flumen refuerza nuestra idea anterior. El estudio de la hidrografía nos ha revelado que, al igual que muchos ríos tienen una extensión extraordinaria, quizás de varios miles de kilómetros, otros que empiezan con un cauce animoso, decidido y tenaz terminan esfumándose en el mar a unas pocas leguas de su nacimiento. Nuestra existencia presenta una estructura muy similar, casi idéntica. Mientras muchos pueden llegar a vivir más de noventa o cien años, otros tienen la desdicha de esfumarse alrededor de la veintena, dejando con su inesperada partida una estela de inimaginable e inasumible tristeza. Es precisamente este carácter incierto y potencialmente efímero de nuestra existencia aquello que nos debe servir como acicate para tratar de vivir cada día como si nuestra vida pronto fuera a difuminarse en el vacío cósmico de la inmaterialidad.
Así, deben prevalecer en todo momento la felicidad y el disfrute por estar cada día entre los nuestros, ya que no sabemos la fecha en la que nos encontrará la tragedia de la muerte. Carpe diem, vita flumen, tempus fugit.
En memoria de Daniel López Quero, a quien va dirigido íntegramente este texto, que pretende ser un alegato a favor de la imperiosa necesidad de celebrar cada día la alegría de la vida. De parte de toda la comunidad del IES Mediterráneo. Descanse en paz.
Miguel Palma Molina, antiguo alumno del IES Mediterráneo